Desde nuestra antigüedad, hemos sido nómadas por naturaleza, buscando constantemente establecernos en un lugar que llene por completo nuestras expectativas de vida y supla todas las necesidades.
En los países latinos, habita el llamado “sueño americano” entre millones de personas a las que nos afecta directamente la crisis económica, vivimos en una guerra constante contra las drogas, expuestos a la delincuencia de nuestra sociedad, algunos nacemos en pobreza extrema, también existen muchas otras variantes que nos llevan a tomar esa decisión de convertirnos en inmigrantes, ya sea por necesidad o en búsqueda de una vida digna; un anhelado futuro con más oportunidades.
Al cruzar la frontera estadounidense de manera irregular, para nosotros siendo de bajos recursos económicos, sin contar con la aceptación del ingreso al país, se convierte en una odisea, donde solo nos acompaña el miedo y la incertidumbre, es como estar dentro de un sueño profundo, lleno de pesadillas, con la única esperanza de que al despertar, encontremos ese arcoíris al final de la tormenta..
Convertirnos en inmigrantes es dividir el corazón en dos, una parte la dejamos en nuestro país de origen con nuestros seres queridos, en donde nos invade la nostalgia y la tristeza.
La otra mitad la depositamos en nuestro sueño para adquirir una mejor calidad de vida, ya sea por miedo, dinero, o por amor.
Nuestro corazón inmigrante está lleno de muchas historias, experiencias entre lágrimas y sonrisas, es un océano profundo lleno de sentimientos y emociones, encontradas en la que el miedo y el deseo es el protagonista.
Llegar a un país desarrollado con muchas oportunidades laborales siendo indocumentado, es un desafío más que se suma a nuestra lucha del llamado “sueño americano”.
Somos de donde nacemos, pero pertenecemos al lugar que elegimos estar con nuestro corazón.
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